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El revival del centro en Tijuana

Una ciudad esquizoide.

Tijuana ha sufrido del desorden de las personalidades múltiples durante mucho tiempo. Ha sido un lugar para el intercambio y los fugitivos. La frontera ideal para el que tuviera la necesidad de escapar de cualquier cosa; pobreza extrema, un esposo violento, una boda a la fuerza, una sentencia de cárcel, una eterna vida de clóset, de conformismo o de aburrimiento. Tijuana le daba la bienvenida a todo y a todos, sin embargo durante los últimos cinco años llegó a convertirse en el lugar del miedo y la paranoia. Su mala reputación se hizo peor hasta que llegó el punto en que se convirtió en una ciudad de la que se hizo urgente huir. Cualquiera que necesitara una dosis de kitsch mexicano y surtir un par de recetas en la farmacia, comprarse un habano y beberse una cegadora margarita estilo raspado con sombrillita de colores sobre el vaso, se encontraba en la gloria en la Avenida Revolución. Esta es la Tijuana que los turistas conocían, pero es algo que se ha esfumado. Tijuana mató el cliché de Tijuana y ahora la Revo es una calle fantasma llena de espacios comerciales vacíos y bares desaparecidos, algunos dicen que ocurrió por la crisis económica de Estados Unidos, pero todos sabemos que la huída fue por miedo. Los antiguos visitantes de Tijuana tenían terror de que, una vez cruzada la frontera, se verían obligados a estar constantemente esquivando las balas, después del miedo muy pocos los que se atrevieron a volver.

La vida nocturna de Tijuana siempre fue muy diversa. Había bares pequeños, clubes caros, lounges y cantinitas por toda la ciudad, satisfacían cualquier gusto y bolsillo, el negocio se repartía entre todas hasta que se puso de moda entre los narcos y los mangueras (neologismo para referirse a quienes gustan de hacerse pasar por narcos), exhibir el éxito de sus negocios reservando mesas con botellas carísimas de Remy que mezclaban con refresco de toronja o Jumex de naranja. Era fácil identificarlos porque eran los únicos en el bar de moda con un tetrapack en la mesa. Una noche en el otoño de 2007 choqué mi hombro por accidente con uno de ellos, llevaba un saco que, al abrirse, me dejó ver fajada una pistola. Después de eso le dije adios a mi club favorito para siempre. Así fue ocurriendo con muchísimos bares; la gente sólo dejó de salir. Después del 2007, muy pocos se atrevían a correr el riesgo de estar en un bar lleno de narcos. La gente vivía para las noticias, los periódicos. El morbo de las historias fue explotado por medios sensacionalistas y esto intensificó la parálisis. Cada día venía con una historia de terror, la ubicuidad del miedo en la ciudad no cedía, hasta que finalmente todos nos hartamos de sentirlo.

Los últimos fueron los más jóvenes.

Desde los 90’s, las cantinas y salones de baile del centro de Tijuana eran un refugio para intelectuales y artistas arriesgados que las visitaban como turistas, caminaban las oscuras calles del centro y la zona de tolerancia en algo a lo que llamaban Paseo Inmoral. Entraban en cualquier table sombrío o en cualquier cantina con rockola, marcando los lugares, haciendo recorrido en busca del bar que vendiera la cerveza más barata o que fuera más cómodo. A la vez iban conociendo a los personajes, cantineros, ficheras, músicos callejeros. En 2004 hubo exhibiciones de arte y lecturas poéticas en cantinas icónicas como el Zacazonapan y El Dandy del Sur. En la Plaza Santa Cecilia el Bar Turístico era (y sigue siendo) el lugar de reunión para estudiantes, intelectuales, artistas y periodistas. A su vez (quizá un poco antes) el proyecto Nortec empezaba a tomar fuerza, tocaban con regularidad en el Don Loope, al lado del Jay Alai, y aunque en sus inicios eran músicos electrónicos con trabajos comunes, una vez que tomaron el sonido norteño de la calle y lo mezclaron con su música, pasaron de ser dentistas a rockstars.

A pesar de que la escena en el centro era underground, era muy atractiva. El Cine Bujazán de la avenida Costitución se quemó en el ’93 y estuvo abandonado hasta el 2001 cuando Julio Orozco montó una exposición de fotografía en sus ruinas sin techo. En 2004 el espacio fue tomado por un grupo de jóvenes promotores de música, lo llamaron Multikulti, se convirtió en un espacio alternativo para conciertos de rock, fiestas electrónicas y exhibiciones de arte. También Radio Global, una estación tijuanense de radio por Internet, empezó a hacer fiestas en el centro. Yonkeart hizo un video documental sobre el salón de baile La Estrella. Y, aunque la trama no tiene mucho que ver con el bar, Estrella de la Calle Sexta, el libro de L. H. Crosthwaite le da un evidente homenaje. En 2007, Sonidero Travesura, un proyecto musical que rescata el sonido de la cumbia y de la música grupera, atrajo a la gente más joven hacia La Estrella y a las cantinas olvidadas del centro. Mientras tanto, todo lo que ocurría era documentado en crónicas por los bloggeros emergentes de Tijuana, muchos de los cuales eran veteranos dentro de la vida nocturna del centro, hasta que de manera súbita todo mundo empezó a darse cuenta que era posible divertirse en estos lugares, que eran seguros, que no había narcos ni pistolas, ni drogas duras (o de cualquier tipo, salvo raras y evidentes excepciones), la cerveza era más barata que en cualquier otro lugar, no había martinis complicados ni vino, pero había una rockola y vendedores de dulces, fotógrafos de Polaroids, hombres que a cambio de una propina le subían al voltaje de los toques eléctricos y las meseras eran señoras de pelo largo que traían una botanita con la cerveza. Era el paraíso para los amantes de la nostalgia.

Otras áreas de bares empezaron a sufrir económicamente por esta migración, los únicos clientes que les quedaban eran algunos narcos, uno que otro manguera y un par de fresas perdidos a quienes les llegó tarde la noticia: el centro estaba siendo tomado diariamente por cada una de las tribus tijuanenses. En algunos lugares era casi imposible caminar en sábado, el calor corporal, el humo y la mala ventilación los hacían incómodos, era demasiado, así que una serie de bares de otros lados se mudó al centro, huían de las altas rentas y los riesgos de otras áreas en Tijuana. Empezaron por remodelar espacios abandonados convirtiendo librerías viejas, restaurantes chinos cerrados, un callejón que antes tenía un lugar de reparación de cámaras y otros lugares que habían estado vacíos por décadas, en los bares más diversos, entremezclándose con los salones de baile tropical y las cantinas minúsculas tradicionales.

El fenómeno de la calle sexta.

Durante los años ’90 tenía un atuendo especial que usaba cada que tomaba el Paseo Inmoral (o Tour Histórico Cultural, como algunos estudiantes de la UABC lo llamaban entonces), su pariente más cercano sería un costal de papas, era un chuj de lana cruda que le compré a una india chiapaneca hace mucho tiempo, era mi armadura, porque nadie, ni por error se habría atrevido a invitar a bailar a una mujer que usara semejante cosa sobre el cuerpo, todas hacíamos lo mismo, ninguna mujer se habría atrevido a usar una falda o una blusa sin mangas si no quería correr el riesgo de ser confundida con una fichera. Siempre íbamos en grupo, era tradición para muchos estudiantes salir de cantina en cantina iniciando el tour en la zona norte y terminándolo en la Calle Sexta. Hoy, para los visitantes veteranos puede resultar un shock ver cómo la escena y la gente han cambiado, hay hordas de minifaldas lindas, vestidos sin hombros, shorts y botas de moda, muchachitos que se reúnen para plancharse el pelo antes de salir de bares, hombres con expansiones en las orejas y barbas perfectamente acicaladas. Algunos bares sirven pulque de tomate y mezcal sabor moka. En algunos de los que están más de moda, una moneda de diez pesos puede ser intercambiada por un tarro rebosante de cerveza de barril bien fría. Incluso hay un pequeño café gótico que tiene cine club con películas de arte y que probablemente sirve chocolate oscuro bañado en sangre. Hay un par de bares lounge que podrían encajar perfectamente en la Colonia Condesa del D. F., aunque también hay un bar que es una trampa mortal de escaleras metálicas (sin pasamanos) paredes hechas de malla ciclónica y bolsas de basura vacías, algunos dicen que es Tijuana al estilo Mad Max, yo digo que si los Nazis alguna vez soñaron con tener un bar en Auschwitz, habrían abierto uno como el Chez de la Calle Sexta.

El cambio radical vino con la apertura de La Mezcalera en enero del 2009, la cual fue seguida por muchos otros bares. Y aunque todo ello es fabuloso para la economía tijuanense, los nuevos lugares pueden sentirse muy raros, como prototipos esterilizados, implantados a la fuerza en un lugar que nunca tuvo necesidad de ellos, designados para satisfacer a un mercado de hipsters de clase media-alta, los mismos que en otro tiempo, nunca, ni por error, habrían visitado el centro por considerarlo un lugar pobre, sucio, peligroso, y ahora hasta cenan tacos de chile relleno en los puestos de las esquinas.

Por otro lado, la migración de la noche es vista como la forma en que nuevas generaciones de tijuanenses reclaman nuevamente su ciudad y su derecho a la diversión, a sentir que están seguros, sentirse a la par con la gente que tradicionalmente ha visitado las cantinas del centro, las mismas que daban trato igualitario a un escritor famoso (como Carlos Monsiváis o Guillermo Fadanelli), una trabajadora de la maquila, un taxista o un ganador del Grammy (Gustavo Cerati y algunos de los miembros de Café Tacuba, han sido visitantes asiduos cada que están en la ciudad. Incluso hay una historia que dice que Laurita, una de las meseras del Dandy del Sur le dijo a Cerati, que todos, famosos o no, tenían que salir del bar porque ya era hora de cerrar). No hay jaladores ni discriminación, por décadas cualquiera que caminara por la Avenida Revolución sería aturdido a silbatazos y molestado por los meseros de los bares en competencia por una comisión sobre su cuenta. En antros y discotecas de mayor escala, los cadeneros escogían a la gente que entraría al bar y dejaban afuera a cualquiera que no se acercara a sus estándares. Estas son prácticas que no van aquí.

Rafa Saavedra, el cronista más notorio de la vida nocturna en Tijuana dice: “cambiaron las reglas, ningún bar de cadena cubierta de terciopelo tendrá éxito aquí, el cóver se acabó para siempre, no hay trato especial para nadie, ningún lugar toma reservaciones, ni ofrece botella en la mesa, por esto es difícil que la escena atraiga malandros, a ellos les gusta hacerse notar, tener trato preferencial y aquí nadie se los va a dar. El fenómeno de la Calle Sexta es simple: la celebración, a todos nos gusta ser parte de ella”.

No puedo negarlo, tengo sentimientos encontrados hacia la nueva popularidad de la Calle Sexta, estoy segura que traerá toda una serie problemas o revivirá algunos de los antiguos, pero ahora lo más atractivo de visitar el centro en la noche es la diversidad, hay de todo para cualquier gusto, excepto corridos de narcos. Hay música industrial, pop de Japón, new wave, cumbias, canciones norteñas de amor, pop electrónico de España, una tocada ocasional de bandas locales y extranjeras, o Djs. Y, aunque las opciones siguen creciendo, no hay nada como explorar las cantinas viejas; cuando uno se encuentra con un lugar que tiene la rockola llena de canciones de José José, paredes de espejos, booths de vinil, flores artificiales, una minúscula pista de baile vacía, un baño limpio y cervezas de dos dólares, es posible olvidarse de la economía, del amor, del crimen y de haber dejado el carro en un estacionamiento que cierra a la 1:00 am… por cierto, eso sí que puede ser un problema.

Lorena Mancilla (Tijuana, 1975) tiene una licenciatura en filosofía y fue propietaria de una tienda de puros en Rosarito hasta que la economía local se hundió, actualmente da clases de ética y literatura en Tijuana, su blog es http://lorenamancilla.blogspot.com

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Tighter hours on fire rings, more cops, maybe cameras
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Aaron Stewart trades Christmas wonders for his first new music in 15 years

“Just because the job part was done, didn’t mean the passion had to die”

Una ciudad esquizoide.

Tijuana ha sufrido del desorden de las personalidades múltiples durante mucho tiempo. Ha sido un lugar para el intercambio y los fugitivos. La frontera ideal para el que tuviera la necesidad de escapar de cualquier cosa; pobreza extrema, un esposo violento, una boda a la fuerza, una sentencia de cárcel, una eterna vida de clóset, de conformismo o de aburrimiento. Tijuana le daba la bienvenida a todo y a todos, sin embargo durante los últimos cinco años llegó a convertirse en el lugar del miedo y la paranoia. Su mala reputación se hizo peor hasta que llegó el punto en que se convirtió en una ciudad de la que se hizo urgente huir. Cualquiera que necesitara una dosis de kitsch mexicano y surtir un par de recetas en la farmacia, comprarse un habano y beberse una cegadora margarita estilo raspado con sombrillita de colores sobre el vaso, se encontraba en la gloria en la Avenida Revolución. Esta es la Tijuana que los turistas conocían, pero es algo que se ha esfumado. Tijuana mató el cliché de Tijuana y ahora la Revo es una calle fantasma llena de espacios comerciales vacíos y bares desaparecidos, algunos dicen que ocurrió por la crisis económica de Estados Unidos, pero todos sabemos que la huída fue por miedo. Los antiguos visitantes de Tijuana tenían terror de que, una vez cruzada la frontera, se verían obligados a estar constantemente esquivando las balas, después del miedo muy pocos los que se atrevieron a volver.

La vida nocturna de Tijuana siempre fue muy diversa. Había bares pequeños, clubes caros, lounges y cantinitas por toda la ciudad, satisfacían cualquier gusto y bolsillo, el negocio se repartía entre todas hasta que se puso de moda entre los narcos y los mangueras (neologismo para referirse a quienes gustan de hacerse pasar por narcos), exhibir el éxito de sus negocios reservando mesas con botellas carísimas de Remy que mezclaban con refresco de toronja o Jumex de naranja. Era fácil identificarlos porque eran los únicos en el bar de moda con un tetrapack en la mesa. Una noche en el otoño de 2007 choqué mi hombro por accidente con uno de ellos, llevaba un saco que, al abrirse, me dejó ver fajada una pistola. Después de eso le dije adios a mi club favorito para siempre. Así fue ocurriendo con muchísimos bares; la gente sólo dejó de salir. Después del 2007, muy pocos se atrevían a correr el riesgo de estar en un bar lleno de narcos. La gente vivía para las noticias, los periódicos. El morbo de las historias fue explotado por medios sensacionalistas y esto intensificó la parálisis. Cada día venía con una historia de terror, la ubicuidad del miedo en la ciudad no cedía, hasta que finalmente todos nos hartamos de sentirlo.

Los últimos fueron los más jóvenes.

Desde los 90’s, las cantinas y salones de baile del centro de Tijuana eran un refugio para intelectuales y artistas arriesgados que las visitaban como turistas, caminaban las oscuras calles del centro y la zona de tolerancia en algo a lo que llamaban Paseo Inmoral. Entraban en cualquier table sombrío o en cualquier cantina con rockola, marcando los lugares, haciendo recorrido en busca del bar que vendiera la cerveza más barata o que fuera más cómodo. A la vez iban conociendo a los personajes, cantineros, ficheras, músicos callejeros. En 2004 hubo exhibiciones de arte y lecturas poéticas en cantinas icónicas como el Zacazonapan y El Dandy del Sur. En la Plaza Santa Cecilia el Bar Turístico era (y sigue siendo) el lugar de reunión para estudiantes, intelectuales, artistas y periodistas. A su vez (quizá un poco antes) el proyecto Nortec empezaba a tomar fuerza, tocaban con regularidad en el Don Loope, al lado del Jay Alai, y aunque en sus inicios eran músicos electrónicos con trabajos comunes, una vez que tomaron el sonido norteño de la calle y lo mezclaron con su música, pasaron de ser dentistas a rockstars.

A pesar de que la escena en el centro era underground, era muy atractiva. El Cine Bujazán de la avenida Costitución se quemó en el ’93 y estuvo abandonado hasta el 2001 cuando Julio Orozco montó una exposición de fotografía en sus ruinas sin techo. En 2004 el espacio fue tomado por un grupo de jóvenes promotores de música, lo llamaron Multikulti, se convirtió en un espacio alternativo para conciertos de rock, fiestas electrónicas y exhibiciones de arte. También Radio Global, una estación tijuanense de radio por Internet, empezó a hacer fiestas en el centro. Yonkeart hizo un video documental sobre el salón de baile La Estrella. Y, aunque la trama no tiene mucho que ver con el bar, Estrella de la Calle Sexta, el libro de L. H. Crosthwaite le da un evidente homenaje. En 2007, Sonidero Travesura, un proyecto musical que rescata el sonido de la cumbia y de la música grupera, atrajo a la gente más joven hacia La Estrella y a las cantinas olvidadas del centro. Mientras tanto, todo lo que ocurría era documentado en crónicas por los bloggeros emergentes de Tijuana, muchos de los cuales eran veteranos dentro de la vida nocturna del centro, hasta que de manera súbita todo mundo empezó a darse cuenta que era posible divertirse en estos lugares, que eran seguros, que no había narcos ni pistolas, ni drogas duras (o de cualquier tipo, salvo raras y evidentes excepciones), la cerveza era más barata que en cualquier otro lugar, no había martinis complicados ni vino, pero había una rockola y vendedores de dulces, fotógrafos de Polaroids, hombres que a cambio de una propina le subían al voltaje de los toques eléctricos y las meseras eran señoras de pelo largo que traían una botanita con la cerveza. Era el paraíso para los amantes de la nostalgia.

Otras áreas de bares empezaron a sufrir económicamente por esta migración, los únicos clientes que les quedaban eran algunos narcos, uno que otro manguera y un par de fresas perdidos a quienes les llegó tarde la noticia: el centro estaba siendo tomado diariamente por cada una de las tribus tijuanenses. En algunos lugares era casi imposible caminar en sábado, el calor corporal, el humo y la mala ventilación los hacían incómodos, era demasiado, así que una serie de bares de otros lados se mudó al centro, huían de las altas rentas y los riesgos de otras áreas en Tijuana. Empezaron por remodelar espacios abandonados convirtiendo librerías viejas, restaurantes chinos cerrados, un callejón que antes tenía un lugar de reparación de cámaras y otros lugares que habían estado vacíos por décadas, en los bares más diversos, entremezclándose con los salones de baile tropical y las cantinas minúsculas tradicionales.

El fenómeno de la calle sexta.

Durante los años ’90 tenía un atuendo especial que usaba cada que tomaba el Paseo Inmoral (o Tour Histórico Cultural, como algunos estudiantes de la UABC lo llamaban entonces), su pariente más cercano sería un costal de papas, era un chuj de lana cruda que le compré a una india chiapaneca hace mucho tiempo, era mi armadura, porque nadie, ni por error se habría atrevido a invitar a bailar a una mujer que usara semejante cosa sobre el cuerpo, todas hacíamos lo mismo, ninguna mujer se habría atrevido a usar una falda o una blusa sin mangas si no quería correr el riesgo de ser confundida con una fichera. Siempre íbamos en grupo, era tradición para muchos estudiantes salir de cantina en cantina iniciando el tour en la zona norte y terminándolo en la Calle Sexta. Hoy, para los visitantes veteranos puede resultar un shock ver cómo la escena y la gente han cambiado, hay hordas de minifaldas lindas, vestidos sin hombros, shorts y botas de moda, muchachitos que se reúnen para plancharse el pelo antes de salir de bares, hombres con expansiones en las orejas y barbas perfectamente acicaladas. Algunos bares sirven pulque de tomate y mezcal sabor moka. En algunos de los que están más de moda, una moneda de diez pesos puede ser intercambiada por un tarro rebosante de cerveza de barril bien fría. Incluso hay un pequeño café gótico que tiene cine club con películas de arte y que probablemente sirve chocolate oscuro bañado en sangre. Hay un par de bares lounge que podrían encajar perfectamente en la Colonia Condesa del D. F., aunque también hay un bar que es una trampa mortal de escaleras metálicas (sin pasamanos) paredes hechas de malla ciclónica y bolsas de basura vacías, algunos dicen que es Tijuana al estilo Mad Max, yo digo que si los Nazis alguna vez soñaron con tener un bar en Auschwitz, habrían abierto uno como el Chez de la Calle Sexta.

El cambio radical vino con la apertura de La Mezcalera en enero del 2009, la cual fue seguida por muchos otros bares. Y aunque todo ello es fabuloso para la economía tijuanense, los nuevos lugares pueden sentirse muy raros, como prototipos esterilizados, implantados a la fuerza en un lugar que nunca tuvo necesidad de ellos, designados para satisfacer a un mercado de hipsters de clase media-alta, los mismos que en otro tiempo, nunca, ni por error, habrían visitado el centro por considerarlo un lugar pobre, sucio, peligroso, y ahora hasta cenan tacos de chile relleno en los puestos de las esquinas.

Por otro lado, la migración de la noche es vista como la forma en que nuevas generaciones de tijuanenses reclaman nuevamente su ciudad y su derecho a la diversión, a sentir que están seguros, sentirse a la par con la gente que tradicionalmente ha visitado las cantinas del centro, las mismas que daban trato igualitario a un escritor famoso (como Carlos Monsiváis o Guillermo Fadanelli), una trabajadora de la maquila, un taxista o un ganador del Grammy (Gustavo Cerati y algunos de los miembros de Café Tacuba, han sido visitantes asiduos cada que están en la ciudad. Incluso hay una historia que dice que Laurita, una de las meseras del Dandy del Sur le dijo a Cerati, que todos, famosos o no, tenían que salir del bar porque ya era hora de cerrar). No hay jaladores ni discriminación, por décadas cualquiera que caminara por la Avenida Revolución sería aturdido a silbatazos y molestado por los meseros de los bares en competencia por una comisión sobre su cuenta. En antros y discotecas de mayor escala, los cadeneros escogían a la gente que entraría al bar y dejaban afuera a cualquiera que no se acercara a sus estándares. Estas son prácticas que no van aquí.

Rafa Saavedra, el cronista más notorio de la vida nocturna en Tijuana dice: “cambiaron las reglas, ningún bar de cadena cubierta de terciopelo tendrá éxito aquí, el cóver se acabó para siempre, no hay trato especial para nadie, ningún lugar toma reservaciones, ni ofrece botella en la mesa, por esto es difícil que la escena atraiga malandros, a ellos les gusta hacerse notar, tener trato preferencial y aquí nadie se los va a dar. El fenómeno de la Calle Sexta es simple: la celebración, a todos nos gusta ser parte de ella”.

No puedo negarlo, tengo sentimientos encontrados hacia la nueva popularidad de la Calle Sexta, estoy segura que traerá toda una serie problemas o revivirá algunos de los antiguos, pero ahora lo más atractivo de visitar el centro en la noche es la diversidad, hay de todo para cualquier gusto, excepto corridos de narcos. Hay música industrial, pop de Japón, new wave, cumbias, canciones norteñas de amor, pop electrónico de España, una tocada ocasional de bandas locales y extranjeras, o Djs. Y, aunque las opciones siguen creciendo, no hay nada como explorar las cantinas viejas; cuando uno se encuentra con un lugar que tiene la rockola llena de canciones de José José, paredes de espejos, booths de vinil, flores artificiales, una minúscula pista de baile vacía, un baño limpio y cervezas de dos dólares, es posible olvidarse de la economía, del amor, del crimen y de haber dejado el carro en un estacionamiento que cierra a la 1:00 am… por cierto, eso sí que puede ser un problema.

Lorena Mancilla (Tijuana, 1975) tiene una licenciatura en filosofía y fue propietaria de una tienda de puros en Rosarito hasta que la economía local se hundió, actualmente da clases de ética y literatura en Tijuana, su blog es http://lorenamancilla.blogspot.com

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